martes

El fondo del mar

Cuando entraban en la estancia los visitantes recibían en la cara una bofetada de calor húmedo. Estaba todo a media luz, como en el tango de Gardel, una luz de tonos verdosos y líneas horizontales. La sala era una especie de cámara oscura por donde se colaban imágenes azarosas del exterior. Aquello le daba un aspecto misterioso, como Damián pensaba que sería el fondo del mar.

Damián había trabajado en España en un grupo de teatro de vanguardia muy famoso, había aprendido a montar escenarios con escenógrafos muy importantes. Ahora que su país estaba desapareciendo, él creaba pequeños mundos sumergidos al otro lado del océano.

Muchos visitantes tenían que agarrarse a las paredes, algunos quedaban tan impresionados por el ambiente que salían con lágrimas en los ojos, hubo algún ataque de pánico y no pocos de melancolía. Una mujer llamó a la policía conmovida por la vista de Sarah, otra quiso hablar con ella para sacarla de aquella cárcel. Damián se lo impedía, no se podía hablar con la sirena, era peligroso, las sirenas llevan a la perdición.

Decía estas palabras constantemente, como un mantra, pero siempre había algún exaltado, algún borracho y alguna beata que no hacían caso y creaban problemas. Damián trataba de razonar y, cuando no era posible, los sacaba a empellones, agarrándolos del brazo con tanta fuerza que parecía que tenía un gancho de hierro en su mano izquierda.

En esas ocasiones Sarah colaboraba, soltaba un chillido agudo que hacía que la escena se convirtiera en una pesadilla y daba coletazos dentro de la bañera para verter el agua y salpicar a los visitantes. Estos se aterrorizaban, el tacto del agua caliente y salada les provocaba pánico, alguno vomitó allí mismo, otros salieron corriendo tirando a su paso algún mueble o chocando con otros visitantes.

Después de las visitas Damián tomaba a Sarah en brazos para sacarla de la bañera y la secaba con cuidado, desde niño había oído que la cola de las sirenas es muy delicada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

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