miércoles

El matadero

Urquiza había cumplido treinta años cuando se compró una moto con los pesos que había ganado trabajando en el matadero. "Cada kilómetro que se hace me costó una res despedazada". 

El rubio Urquiza siempre contaba que lo peor del matadero no era el olor, ni la sangre, lo peor era los ojos de las vacas. Decía que nunca las miraba y que si lo hacía por accidente le fastidiaba el almuerzo y hasta dormía mal a la noche.

La motocicleta del Rubio era italiana y llegaba a los ciento ochenta con facilidad. Una vez me llevó en la grupa como si fuera una princesa. Yo le dije que no me gustaba ser princesa, que me dejara manejar a mí. Llegamos a una quinta que tenían sus viejos cerca de San Miguel del Monte y me dejó. "Ahora la princesa soy yo" dijo, pero fui incapaz de soportar el peso de aquel engendro.

— ¡Pesa mucho! ¿Cómo puedes llevarla?
— Son muchas reses cargadas, princesa, estoy acostumbrado.

Aquel día aprendí a querer un poquito a Urquiza. Nos acercamos a ver a sus padres, estuvimos comiendo un asado y me fijé en que no probó ni un bocado. Esa noche me dijo que iba a dejar lo del matadero y me preguntó si yo le seguiría a Italia, a conocer la fábrica de Laverda.

— Yo no soy una princesita, Urquiza, no te confundas nunca sigo a nadie.

El Rubio trató de sonreír, pero puso unos ojos que me recordaron a los de sus vacas muertas.

No volví a verlo, sé que tenía pensado volar a Madrid y desde allí viajar en motocicleta hasta Breganze, en el norte de Italia. El muy estúpido soñaba con trabajar en la factoría y no consiguió ni llegar a su casa.

Ocurrió en noviembre, Urquiza había ido a San Miguel a despedirse de los viejos y cuando regresaba a Buenos Aires su moto se estrelló contra un camión de ganado.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas 

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