En el departamento que renté hay una espléndida máquina de escribir.
Llevo siete días escribiendo en ella. Tuve que comprar cinta y engrasarla, estuve varios días reparándola y me gustó mucho ver cómo volvía a la vida.
He resistido la tentación de imaginar quién la utilizó antes que yo, qué escribieron y a quien.
Para evitar boludeces he empezado fuerte, escribiendo un cuento negro y desalmado, una fábula ácida sobre alguien que desea matar a alguien por envidia, que es una de las faltas más inmorales y estúpidas del ser humano.
He pasado esta última semana aporreando teclas y creyéndome Bolaño. Ahora que estoy en España debería seguir sus pasos y empezar a trabajar en un camping en la costa, como hizo él.
Me apetece mucho la idea, pero recién llegué a Madrid y la costa me queda lejos. Aún estoy estableciéndome y tengo mucho por escribir.
No sé cuanto voy a permanecer atada a esta máquina, me da la sensación de que hago demasiado ruido, que voy muy lenta, que los personajes me están saliendo más ásperos y las acciones más rápidas porque deseo acabar pronto las frases que se me atascan entre los dedos.
El cuento está saliendo diferente a si lo escribiera con computadora, y si ahora me cambio se notaría demasiado. No me gusta traicionar a nadie, así que creo que de momento seguiré con esta antigualla.
Por lo demás parece que en España todo fluye mejor, las cosas cotidianas no se atragantan como allá y tengo pendientes varias entrevistas de trabajo.
Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas
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