martes

Los escritores son distraídos

Llegó una ambulancia, lo izaron a la camilla, el conductor del auto siguió agitando las manos y explicando el accidente al policía y a los curiosos.

— Vive en el treinta y dos de la rue Madame — dijo un muchacho rubio que había cambiado algunas frases con Oliveira y los demás curiosos— . Es un escritor, lo conozco. Escribe libros.

— El paragolpes le dio en las piernas, pero el auto ya estaba muy frenado.

— Le dio en el pecho —dijo el muchacho— . El viejo se resbaló en un montón de mierda.

— Le dio en las piernas —dijo Oliveira— .

— Depende del punto de vista —dijo un señor enormemente bajo.

—  Le dio en el pecho —dijo el muchacho— . Lo vi con estos ojos.

— En ese caso... ¿No sería bueno avisar a la familia?

— No tiene familia, es un escritor.

—  Ah — dijo Oliveira.

— Tiene un gato y muchísimos libros. Una vez subí a llevarle un paquete de la portera, y me hizo entrar. Había libros por todas partes. Esto le tenía que pasar, los escritores son distraídos. A mí, para que me agarre un auto...

Julio Cortázar, Rayuela

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