lunes

Tener edad

El Gica parecía que no tenía edad.


Aún hoy no sabría decir cuántos años tenía cuando dejé de verle. Decían que era hijo de un marinero extranjero, recuerdo que tenía los ojos un punto achinados y la piel casi dorada.


En el barrio la gente le tenía aprecio, era fácil encontrarlo en el bar, en los billares o en la tapia. A veces, cuando llovía o pegaba mucho el sol, podías encontrarlo en la calle, solo, como vigilando el barrio.


Vestía bien o eso nos parecía por entonces. Olía bien, un poco raro, olía como se le veía.


Se dedicaba a las mujeres. Desde que murió su madre empezó a meterse en las casas de mujeres mayores, sobre todo. Vivía con ellas, se acostaba con ellas, las llevaba en auto al centro, o al médico o a un restaurante. Algunas trabajaban de cocineras, de asistentas o dependientas en unos almacenes. Él iba a buscarlas al laburo con un traje impecable y unas camisas blancas que ellas mismas le compraban y le planchaban.


En el barrio se oían todo tipo de comentarios maliciosos sobre el Gica y las pobres viejas a las que engañaba. No las engañaba, solo vivía de ellas hasta que alguno se cansaba, o discutían y él se buscaba otra.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

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