lunes

El hilo del placer


En varias ocasiones me preguntaron sobre religión.

Yo me sobrecogía. Como una beata entregada o como una mística posmoderna. 
Se me erizaba la piel, me excitaba sexualmente.

Creo que se me notaba porque sacaba la lengua y me la pasaba por los labios, me di cuenta después, viéndome en algunos vídeos, era patética y hermosa como una virgen del barroco.

Lo hacían por mi supuesto apellido, que en realidad era un doble engaño y una doble trampa. Evidentemente yo no era yo, pero es que además la escritora a la que representaba utilizaba un nombre falso, no un seudónimo, un auténtico nombre falso que le permitía escapar de alguien y a la vez vender más libros.

Identificarla entonces con una religión determinada por su apellido era una estupidez, también doble.

Pero aquello me ponía a cien.

— Sí, escribo desde la religión, pero como escribo desde la ensalada de aguacate que comí para almorzar, desde mis suspensos en matemáticas en primaria, desde mi incapacidad para dormir antes de las tres de la mañana, desde los traspiés que doy constantemente en las aceras, desde el aliento que me echan los pasajeros en el subte, desde los informes de lectura que hice durante seis años, desde los ratos que paso sentada en la taza del váter tras el café del desayuno, desde las conversaciones con el mesero de la plaza de mi barrio, desde el terror a oír lo que dicen a mis espaldas, desde el tacto de las manos que tocaron mi sexo, desde todo lo que recuerdo y es mentira.

Aquello podía no tener fin. 

A veces oía toses nerviosas o el moderador me pasaba una notita manuscrita pidiéndome que parara y que yo leía en público. Paraba cuando me quedaba sin aire o se me secaba tanto la garganta que tenía que agarrarme a la botellita de agua y abrirla como si abriera champaña, y al descorcharla se me iba el hilo, y paraba, y se oían suspiros o risitas, pero también a gente con la respiración contenida y los ojos muy abiertos esperando que yo tragase y continuase, pero para entonces yo ya había alcanzado el clímax y había perdido el hilo del placer o lo que fuese aquello que acaba de pasar.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

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