miércoles

Ella es dormida

Inventé, inventé mucho durante aquella campaña de la escritora argentina, inventé tanto que perdí mi trabajo. Yo ya lo sabía, era justo, lo estaba provocando, por suerte me pagaron para evitar el escándalo. 

Oí decir que les había salido rana. Me gustó. También les oí decir que era lo mejor que les podía haber pasado, que le había dado un giro o un impulso o no sé que mierdas a la carrera de esa calientapollas.

No me importó ni beneficiarles ni perjudicarles, solo me importaba inventar y aquella oportunidad era inmejorable. Lo pasé como nunca.

Todo se torció cuando empecé a cambiarle los títulos a los libros y explicar cómo yo quería que hubieran salido hacia la imprenta y cómo salieron finalmente.

Los críticos, los profesores de literatura latinoamericana contemporánea, los traductores y los lectores pasaban del asombro al enfado y de ahí a la rabia, la aceptación y la alegría, una alegría infantil, un poco hijaputa, como debe ser una alegría de verdad. Solo los que viven en o a través de los libros pueden reconocerla.

El primer título que cambié fue Ella es dormida. Los que han leído el original con su titulito de mierda saben a cuál me refiero. Alucinaron cuando les dije que en medio de la novela sobraban veinte páginas que ellos mismos podían arrancar, que había dos personajes infames que estaban allí por orden del editor y que yo tenía tachados con tinta negra en mis copias. Se relamieron cuando les leí en episodio que faltaba antes del final y aplaudieron cuando por fin dije en quién estaba inspirada la mujer más tonta de la novela.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



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