miércoles

Cosas de familia

Mi primo Luismi tenía la costumbre de abrir los cajones y lo armarios de las casas de la familia. Años después supe que lo hacía en cualquier sitio que visitaba.

Al parecer esa afición le duró siempre, desde que era un niñito que apenas se ponía en pie, hasta los últimos días de su vida. Luismi murió en abril de 2016 en un accidente de tráfico, dio positivo en cannabis. Nadie en la familia sabíamos que fumaba.


Él sí sabía que yo fumaba.


Durante las navidades del 86, durante una visita navideña a nuestra casa, Luismi se metió en mi cuarto y rebuscó entre mis cajones. Yo estaba fuera y, cuando volví, pude ver en el mueble bar del salón un paquetito de tabaco que podía ser de cualquiera, pero que yo sabía que era mío. Colorada, corrí a mi habitación y abrí el último de los cajones de mi armario, en el que guardaba mis cosas más íntimas ocultas entre las braguitas y las medias. 

Todos mis secretos habían desaparecido y no podía hacer ni decir nada para reclamarlos. En manos de ese capullo de Luismi estaban ahora unas cartas que nunca debí escribir junto a otras que nunca debí recibir, unas fotos que nadie conocía, un cuaderno escrito en letra minúscula en el que contaba algunas fantasías inconfesables... y el tabaco. Nada de todo ese mundo íntimo estaba ya entre mi ropa interior. 

Por suerte Luismi se había llevado también mis braguitas rojas. 


Salí de mi cuarto, entré en el salón y le miré a la cara. La tía Pilar conversaba con mamá sobre los preparativos para la cena de Nochebuena y Luismi, repantigado en el sofá, me mantenía la mirada. Comprendió que yo sabía lo que había pasado, pero no apartó sus ojos de los míos.

Le di una oportunidad. 

Como no decía nada le invité a un refresco en la cocina, lo acorralé entre la puerta de la nevera y la pared, sonrió con superioridad y no reconoció nada.

Volvimos al salón con un vaso de Coca-Cola cada uno, nos sentamos en el sofá y comencé a hablar.


— Luismi ha entrado en mi habitación.
— Lo sé cariño, tu primo necesitaba un libro para un trabajo, uno de los que tú tienes en tu cuarto ¿cómo se titula, Luismi?
— Moby Dick. 
— Ese — dijo mamá riendo—  el de la ballena.
—Luismi me ha robado unas braguitas, las rojas, las que me compraste para Nochevieja.


El tiempo se paró, Luismi enrojeció de tal manera que su cabeza redonda parecía una de las bolitas rojas del árbol de Navidad. Una bola enorme que no tenía más destino que estallar en llamas allí mismo. Yo me mantenía tranquila, como si estuviera viendo todo aquello desde otro lugar.

— Naza fuma — acertó a decir, aunque nadie le escuchó.

Esperé un instante, pero antes de que mamá o la tía se abalanzaran sobre él le lancé un salvavidas.

— A lo mejor me he equivocado y he mirado mal, y todo está en su sitio ¿no, Luismi? ¿me ayudas? 

Luismi se levantó como un resorte, toda su seguridad se había esfumado. Mamá y la tía Pilar se miraron sin comprender, las dos estaban descompuestas.

 

Mi primo y yo volvimos a la habitación. Sin mirarme colocó cada una de mis cosas, incluido el paquete de tabaco, en el cajón de la ropa interior. 


Por supuesto le regalé mis braguitas rojas.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


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