viernes

Diosas malvadas

Darío soñó con la víctima una noche en la que había tomado demasiado. Esa mañana, después del desayuno, tuvo claro que debía volver al departamento y mirar en el baño.

Llovía en Buenos Aires y el camino hasta Lanús fue demasiado espeso. Una avenida cortada por culpa de un atropello le hizo dar una vuelta que le colocó delante de un semáforo en rojo.

Darío estaba distraído, con la ventanilla a medio subir,  pensando en cómo entrar en la casa y mirar en el lugar que había soñado. En ese momento una mujer golpeó con los nudillos el cristal del auto. El detective se asustó y se le cayó al suelo el cigarrillo que llevaba pegado en los labios.

— Si me invitas a un café te lo cuento todo.

Darío seguía asustado, la ceniza del cigarrillo le había caído encima y ya le parecía que olía a quemado.

— No tengo nada.

La mujer metió su cabeza por el huequito que estaba abierto en la ventanilla.

— ¿Eres retrasado? Solo te pido un café a cambio de saberlo todo.

El detective estaba noqueado, aún sentía que el whisky daba vueltas por sus venas, tenía la garganta rasposa y la voz grave. No le vendría mal tomar un café, aunque fuera con aquella loca.

— Subí, subí al carro.

La mujer dio la vuelta y en un segundo ya estaba sentada junto a Darío. Tenía el pelo muy rojo y muy mojado, Darío estaba seguro de que era una de esas diosas malvadas que salen del fondo del mar para poner a prueba a los idiotas. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




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