sábado

Mover las manos

Estuve fumando desde los catorce a los veinte años, a los veinte años y un día lo dejé, estaba harta, había sacado del tabaco todo lo que podía darme.

El tabaco me daba un placer íntimo parecido al del sexo, era algo prohibido, algo que tenía que hacer a escondidas y ocultar las pruebas. Cuando me pillaban era casi tan excitante como el momento de encender un cigarrillo a solas. 

Fue mi viejo el primero en darse cuenta, a pesar de que el fumaba siempre y su olfato estaba atrofiado, se dio cuenta de que movía las manos de otra manera. "Antes no movías así las manos". También comencé a hablar más pausada, y con más confianza si antes había fumando un cigarro. Corrió a mi cuarto como si allí se ocultar alguien, abrió mi cama y sacó mi paquete de Pall-Mall de debajo del colchón, fue lo peor que le recuerdo, desde entonces estuve mucho tiempo odiándole.

Mamá no se enteró hasta mucho tiempo después, el viejo no quería darle ese disgusto, aunque nunca fumó, mamá tampoco era capaz de notar el aroma de mi tabaco. 

Por las noches fumaba con la ventana abierta, aunque afuera lloviera o hiciera un frío de mil demonios, y no era por el olor, era porque así es como me gustaba.

Nazaré Lascano, Cuentos de  Parque Chas

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