viernes

Antibióticos

Casi nadie es muy feliz. Yo casi lo fui el año en que estuve viviendo con Rebeca y dejé de serlo por una tontería.


El domingo 1 de septiembre alguien llamó por teléfono a casa.


— ¿Es la residencia de Rebeca?
— Rebeca está acostada.
— Pero... acabo de hablar con ella, no le ha dado tiempo a llegar a casa...


Era una voz masculina, muy grave, amable y firme, sin saber por qué le puse la cara de un hombre con barbas y bata de médico.


— ¿Quién la llama?
— Soy su médico, acabo verla y de recetarle un antibiótico, pero he visto en su ficha que es alérgica a la penicilina.
— ¿Qué está diciendo? Rebeca no es alérgica a la penicilina y lleva en la cama desde ayer por la noche.
— Escuche, esto es muy importante... ¿es usted su marido?
— Sí — mentí—  y Rebeca está perfectamente.
— ¿Cuál es su nombre, por favor?


Aunque la situación era absurda la firmeza de aquel hombre me obligó a darle mi nombre.


— Me llamo Andrés.
— Mire Andrés, su esposa puede morir si toma esa medicina, búsquela y dígaselo cuanto antes, por favor.
— Doctor, le digo que se equivoca, mi mujer lleva en la cama...
— ¡Por favor! búsquela y asegúrese de que no se lo toma.
— Esto es absurdo, voy a tener que colgar.
— No, escuche ¡escuche! ha habido un error grave, yo no sabía lo de la alergia y le he recetado a su mujer...
— Sí, ya me ha dicho lo de la penicilina, pero le digo que ella no ha salido de casa en toda la noche.
— ¿Y usted como lo sabe?
— ¿Qué dice?
— ¿Ha estado con ella durante todo este tiempo? ¿no se ha quedado dormido?
— He estado con ella, en la misma cama.
— ¿Y no ha dormido?
— Claro que he dormido.
— ¿Y su sueño es profundo o se despierta con cualquier cosa?


El doctor me tenía donde quería.


— Es profundo, pero...
— Entonces hay una posibilidad de que ella saliera de casa y acabara en mi consulta pidiendo que le recetara antibióticos ¿no es así?
— No, no es así. Rebeca no está enferma, no ha salido de casa y está acostada.
— ¿Quiere usted ir a verlo?
— ¿Qué tengo que ver? ¿que está en la cama?
— Sí, por favor solo vaya al dormitorio y fíjese si ella está acostada, solo le pido eso.
— Está bien, después le colgaré y esta conversación terminará de una vez.
— Está bien, está bien, después puede colgarme, pero vaya, por favor.


Y fui. 


Dejé el teléfono descolgado  encima de la mesita y fui hasta el dormitorio. La puerta estaba cerrada, era raro porque siempre dejamos la puerta abierta. Me paré un instante y escuché, dejé de respirar para escuchar mejor, pero no se oía nada. 


El corazón me martilleaba el pecho cuando giré el pomo y entré en la habitación, efectivamente Rebeca estaba allí, con un vaso vacío en la mano y con el teléfono descolgado, escuchando mi conversación con el doctor.


Terry Salgado, El informe amarillo




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