viernes

Dos tragos cortos

Aquel chico tenía un problema, había idealizado tanto a una escritora madura que, ahora, al verme demasiado joven, no le gustaba.

Se llamaba Román y era un auténtico experto en su obra. Podía descubrirme sin demasiado esfuerzo, así que tenía que ser muy lista, o lograr que él fuera muy tonto si quería tenerle cerca y que no me quitara la máscara.

Pensé en el recurso fácil del alcohol, en hacerme la interesante o en hablar de literatura hasta la extenuación, provocar algo así como un coma literario que le llevara hasta mi cama. Pero enseguida pude ver que estaba lejos, como viviendo un sueño adolescente y que, paradójicamente, aquello lo colocaba fuera de mi alcance.

—Creo que tu problema es que te gustan las mujeres mayores.

Su cara se desdibujó, debía imaginarse que estaba oyendo todo aquello desde una de las mesitas redondas que se repartían sin orden por el hall del hotel. No supo cómo reaccionar así que debió decir lo primero que se le pasó por la cabeza.

—No, qué va, me parece que cualquier persona puede escribir bien sea cual sea su edad.

Como parecía más tonto de lo que pensaba tuve que volver a golpearle.

—Me refiero a que sexualmente te agradan las mujeres maduras.

La palabra sexo, aún matizada por el adverbio, le golpeó en la cara que se puso colorada como la de una adolescente a la que le explican con detalle el cuento de Caperucita y el por qué del color de su ropa interior.

No respondió, primero emitió algo parecido a una risita, luego tiró de clásicos y bebió un trago largo, después, como el silencio seguía, dos tragos cortos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



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