martes

Descendente

Me regalaron una lupa. 

Era mi cumpleaños o quizás fue por alguna celebración religiosa o familiar, no lo recuerdo bien. Puede que tuviera que ver con alguna virgen de las que se celebraban siempre por la abuela.

La lupa era maravillosa. Juré que nada me gustaría más que aquel objeto mágico, nunca nada lo superaría, por los siglos. Tenía razón.

Los poros de la piel, los nudos de la madera, los granos de arroz, las migas de pan, las partículas de polvo, los pequeños arañazos de las monedas, un pétalo, una hoja, la junta infinita entre dos baldosines de la cocina.

Todo era nuevo, distinto, infinito en una escala descendente, eternamente descendente.
Descubrí que lo mínimo era inmenso, que nada tiene fin.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

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