viernes

El vacío

Descubrimos el hoyo el viernes por la mañana.
Luis había vuelto de trabajar de madrugada y no lo había visto. Panchita y el Lolo estaban durmiendo, se acostaron tarde pero no oyeron nada durante la noche.

A primera hora ya estaba hecho.

Sonia DiMaggio, la vecina de enfrente, no hacía más que mirar hacia nuestra casa, después paró un auto junto a nuestra acera, salió el chofer, y con él se arremolinaron tres o cuatro pibes. 

Cuando salí de casa se hicieron a un lado y me abrieron hueco.

—¿Hicieron obra?—  preguntó la vecina con la mirada atravesada.
No le respondí, sentía frío, descubrí que aún llevaba el camisón puesto, que había olvidado la bata y que tenía las piernas al aire. 
Me aproximé al hoyo como el que se acerca a un mal presentimiento, me llegué junto a su orilla, si es que los hoyos tienen orillas, noté cómo los pies se me llenaban de barro y me asomé con mucho cuidado.
— ¿Qué vio?—  preguntó con su tonillo repelente la DiMaggio.
— Nada— murmuré.
— ¿Cómo que nada?
— Ahí dentro no hay nada, o mejor dicho, hay nada, ahí dentro se ve el vacío.
— ¿Pero que estupidez decís, boluda?

Dejé que aquella engreída siguiera diciendo pelotudeces, sentía en el estómago una especie de desgarro y la cabeza me daba vueltas, como después de visitar un museo durante horas o de acabar de leer un texto complicado.

Me retiré hacia atrás y dejé que lo demás miraran. Los gritos de asombro, alertaron a todo el vecindario.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas 




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