sábado

El parco montón de astillas

Nubes de nieve habían sustituido el horizonte, coronaban el valle de oscuridad, y una racha juguetona de viento movía la carne colgada de las ramas oscilantes. 

Ree, pelo castaño, dieciséis años, cutis lechoso y abruptos ojos verdes, estaba con los brazos al aire de cara al viento, que le agitaba el vestido amarillo y le enrojecía las mejillas como a bofetones. Parecía más alta con las botas militares, fina de talle pero fuerte de brazos y hombros, un cuerpo a medida para saltar sobre la necesidad. Olía la amenaza húmeda y helada de las nubes, pensaba en la cocina sombría y en la despensa desprovista, miraba la mermada reserva de leña, se estremecía. 

Con el tiempo que se avecinaba, la colada se quedaría tiesa en el tendal, tendría que colgar la cuerda en la cocina, por encima del fogón, y el parco montón de astillas de la estufa no duraría para secarlo todo, apenas la ropa interior de su madre y alguna camiseta de los chicos, tal vez. Sabía que no quedaba gasolina para la motosierra, tendría que volver a sacar el hacha mientras el invierno soplaba en el valle y caía sobre ella.

Daniel Woodrell, Los huesos del invierno

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