miércoles

El principio de incertidumbre (III)

Renoir afirmaba que había necesitado años y películas para darse cuenta de que no bastaba con fotografiar la realidad. Había que construir, Para ver en el cine a unas personas conversando en un café, era mejor ir al café.
(...) Desde muy temprano, he tenido una visceral aversión al naturalismo, a las películas que pretendían ser "como la vida misma". Y, sin embargo, a mí me gustaba la vida, me gustaba, como a Renoir, ver y escuchar las conversaciones de café y también mirar a la gente en el metro, donde uno podía ver, por ejemplo, cómo una chica con aspecto de secretaria camino del trabajo entraba en el vagón, se sentaba y, cuando el metro arrancaba y se metía en el túnel y la oscuridad exterior hacía que el cristal de la ventana del vagón se convirtiera en un espejo, entonces, ella sacaba un lápiz de labios del bolso y se retocaba tranquilamente la pintura de su boca; cuando la ventana se encendía porque habíamos llegado a otra estación, guardaba el lápiz de labios.


También me gustaba seguir a la gente que hablaba sola por la calle, apasionándome por las historias que desvelaban sus diálogos imaginarios. Pero pronto me di cuenta de que eran aficiones muy peligrosas. No se puede mirar fijamente a una pareja que charla en un café porque, más pronto o más tarde, o bien se callan o bien te dan una bofetada. (...) Así es que la mirada modifica la realidad. Y no digamos una cámara y un micrófono
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Antonio Drove, Tiempo de vivir, tiempo de revivir. Conversaciones con Douglas Sirk.

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