jueves

Lo indefendible

Defender un libro propio tiene algo de épico, de irracional, de orgullo, de egoísmo. No es elegante, pero es lícito.

Defender el libro de otro es más épico, más irracional, no es egoísta, si acaso idiota; sí es elegante, y puede ser lícito o ilícito según a quién defiendas.

Defender el libro de otro que se supone que no eres tú entra en unas categorías para las que no estoy preparada, para las que nadie, excepto los muy cínicos, están preparados. Y eso me pasó cuando tuve que defender un libro indefendible de la autora a la que yo le ponía cara, y voz, y bilis.

No puedo decir mucho.

Por suerte había leído el libro no hacía demasiado, una novelita turbia con relaciones almibaradas entre dos mujeres poco creíbles. Mejor dicho una mujer creíble, a todas luces trasunto de la autora y otra inventada para darle réplicas literarias y caricias íntimas. La autora se había pasado de almíbar y yo tenía que defenderla, que defenderme. 

Fue en una tertulia en un ateneo literario, en una ciudad del norte, una tarde de lluvia que hizo que la sala se llenara. Hablé demasiado, firmé demasiados libros, tuve proposiciones decentes e insinuaciones menos decentes aún. Aún guardo alguna de aquellas amistades. 

Defender lo indefendible a veces te trae el éxito a casa.

Nazaré Lascano, Cuentos de parque Chas


No hay comentarios: