jueves

Vergüenza en compañía

Mucha gente bebía en el barrio.

Mis viejos también, yo no sabía hasta qué punto hasta que los vi una noche regresando de un espectáculo con las caras aborrajadas, hablando alto y riéndose a carcajadas.

Encontrarme con el viejo mamado no me producía ningún efecto, pero ver a mamá trabarse con las erres, repetir las cosas mil veces o sonreírse como una estúpida me hacía sentir rara, como un personaje de la tele, una huerfanita desgraciada o algo así.

Supongo que no era agradable ver que las madres también tienen otras personalidades dentro, y que la voz de esas personas no es clara y sus reflexiones son una mierda.

Una tarde vacié las botellas del mueble bar en el lavabo y las rellené con agua del grifo. Según lo hacía sabía que me iba a meter en un lío y que con eso no arreglaba nada, pero no pude por menos, hice aquello como una autómata, como si me viera desde fuera.

Se enfadaron claro, pero también se rieron, se habían preparado dos gin tonics magníficos en unas copas grandes adornadas con rodajas de limón y, cuando los probaron, pusieron una cara extraña, entre la incredulidad, la desilusión y la alegría triste de la vergüenza en compañía.

Ahora, a veces, yo pongo esa cara también.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas




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