jueves

La ductilidad del caos

Enrique le pidió a la Pupila que colocara un cepillo de dientes nuevo, de color rojo brillante en su cuarto de baño, junto a los de ella y de su marido.

Pretendía así generar un caos a partir de un elemento doméstico.

Al día siguiente, emocionado, Enrique le preguntó a la pupila qué había pasado. No pasó nada porque el marido no se dio cuenta. Enrique le dio entonces a la Pupila otro cepillo para que lo colocara junto al anterior. Tampoco pasó nada, así que Enrique decidió seguir aumentando el número de cepillos pensando que subiendo los elementos en juego lo harían las oportunidades de caos.

Siguió sin pasar nada y Enrique, con cierto grado de ofuscación, pasó al siguiente estadio consistente en dejar cepillos de dientes rojos por toda la casa. A los tres días el marido de la Pupila se do cuenta de que el sofá, la cama, la cafetera, el fregadero, el frigorífico y el suelo del pasillo estaba lleno de cepillos de dientes de color rojo y, por fin, le preguntó a su mujer por qué había comprado tantos cepillos. 

Ella le dijo que no sabía por qué lo había hecho y el marido se preocupó un instante por su salud mental. Después retiró los cepillos del sofá y todo siguió como siempre.

La Pupila concluyó que el caos no es fácil.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Habitar los pasillos

Luis G. terminó en la cárcel por una mentira, una mentira grande y negra como una cucaracha en el pasillo a las cuatro de la mañana.

Todos sabían que Luis G. había inventado toda su historia con Joana Yurineva, todos menos la propia Joana a la que Luis le había dado un papel tan importante en su vida que no podía dejar de creérselo.

La intervención de Darío Varona lo estropeó todo. Joana sintió que hubiera tipos como Varona en el mundo, hombres que pretenden resolver los problemas del mundo y solo logran devolvernos a casa a las cuatro de la madrugada para encontrarnos de cara, solos y borrachos, con las cucarachas que aún habitan los pasillos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Tirando de mi

Estuve mucho tiempo llevando el pelo recogido. Una tarde me lo lavé, lo sequé con el secador y lo peiné durante quince minutos. Salí a la calle con el pelo suelto, brillante, perfecto.

En una avenida llena de gente un tipo me agarró el pelo y tiró de él, yo seguí caminado y él continuó a mi lado, agarrado a mi pelo, sin mirarme, sólo tirando de él y de mi.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


martes

Tierra húmeda

Una noche profunda, en lo más profundo del sótano, caí en un profundo sueño.

Varios hombres cavaban desesperados la tierra húmeda para llegar hasta mí. El primero era mi viejo, el segundo Lorenzo y el tercero Jorge que era el único que sonreía como un estúpido mientras cavaba.

No estaba Darío Varona que por entonces ya había muerto, ni el pocero que siempre estuvo allí abajo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

lunes

Romper la baraja

Siempre imaginé que las figuras de la baraja española vivían en un palacio, era fácil deducir que el rey de oros, con toda su corte, habitaba un palacio de oro y el de espadas en un azulado castillo medieval de muros cortantes, pero no lograba imaginar qué lugar habitaban el rey de copas y el de bastos.

La realidad es que vivían juntos reyes, sotas y caballos de distintos reinos mezclados, y por eso las batallas se daban de forma constante en partidas que se libran a todas horas y en cualquier parte del mundo.

Tapetes de fieltro verde, enlosadas aceras de barrio, suelos de prisiones o de  colegios y mesas de madera con manchas de alcohol servían de campo de batalla eterno.

Todos saltaron en pedazos la noche en que Lupe rompió la baraja.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Escupir la rabia

Acusó al pocero de todo lo que le gustaba de él.

Lupe se cansaba de todo, es cierto, pero aquello fue más rabia que cansancio. También se cansaba de mí aunque me quería. Hubiera preferido la rabia.

Me daba pena. Se creó una escena sucia, en la que el barro de los pies se mezclaba con el sudor y las manchas de las goteras. 

Me daba pena el pocero, al que nadie llamaba por su nombre, que no dijo nada al ver cómo Lupe le escupía a la cara mientras rompía las cartas de la baraja.

Cuando pasó todo fue él quien se fue primero de la casa, con su mono de trabajo y su bolsa de herramientas, con su pico y con su pala.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

domingo

Olvidadas de todo

Los naipes han hecho más por la ficción que las novelas serias.

El alcohol crea oportunidades y a la vez deshace voluntades.

El barro da origen al mundo, pero la vida resultante es espesa, mugrienta, y solo la disfruta quien le gusta comer con las manos sucias y entrar en casas ajenas dejando huellas en el suelo.

A Lupe no le gustaba que el pocero jugara con los naipes, porque solo le agradaba si parecía realmente un pocero, y con los naipes se convertía en un hombre triste que miraba más allá de nuestros ojos.

Las dos preferíamos cuando se excitaba por nuestros cuerpos a cuando lo hacía por nuestras almas. Y las dos sabíamos que un poco antes del final de la botella de licor se encontraba el punto medio entre el deseo por el cuerpo y la tristeza del alma.

Más de una vez amenazó Lupe con tirar aquellos castillos de naipes al suelo, y una vez lo hizo, justo el día en el que estábamos dentro, olvidadas de todo, disfrutando del barro.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

La foto de la sonrisa

Andrés Barba se sorprendió cuando vio en un kiosco de prensa un montón de periódicos con la foto en primera página de él junto a la aviadora rescatada.

No recordaba el momento, pero aquellas fotos no daban lugar a duda, se trataba de una imagen en plano medio de Andrés sonriente mirando a los ojos a la aviadora quien le devolvía la mirada y la sonrisa.

Era la foto de una sonrisa más que la de un rescate. El titular también hablaba de "Sonriente final feliz" y el subtítulo decía "Un joven encuentra a la aviadora perdida en un pozo cercano a su domicilio".

Andrés miró la foto con detenimiento se fijó en la camisa que llevaba en la fotografía y se miró su propia camiseta, No recordaba haberse puesto nunca una camisa de ese color, no recordaba incluso haber tenido nunca una camisa. 

Después de un rato se fijó en la sonrisa de la aviadora.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Análisis conclusivo

Desde pequeña yo estaba convencida de que se podía seguir cualquier pista buscando huellas. Por las películas había visto que todos los ladrones o asesinos acaban dejando sus huellas dactilares en los lugares donde han cometido su crimen y que esto acaba siendo la prueba irrefutable de su culpabilidad.

También por el cine y por las novelas policiacas sabía que para encontrar esas huellas solo hacía falta una lupa lo suficientemente grande y mucha paciencia, a esto había que añadirle, pero ya al final de la historia, una fuerte capacidad de análisis conclusivo.

Por desgracia pronto descubrí que me faltaban todas esas cualidades, es decir, que era impaciente y poco analítica. Solo me quedaba para resolver el caso una gran lupa con la que me presenté en una de las visitas que hice a la casa de la viuda. 

Para sorpresa de Darío Varona al que vi reír por primera y única vez.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Vicky en el espejo

Carlos no era más que un parado con un coche. 

Por las mañanas daba vueltas, conducía sin un destino, a veces paraba un rato frente a un descampado, otras cruzaba los polígonos con la idea difusa de que allí estaba el trabajo que no tenía. Entraba en los talleres donde algún trabajador le mandaba a las oficinas y allí dejaba su currículum, escaso, apenas un folio donde decía las empresas en las que había trabajado desde que cumplió los dieciséis años, con una foto en la esquina derecha en la que se le veía de frente, con chaqueta azul demasiado grande y una corbata amarilla que su mujer le compró en algún cumpleaños.

Fue en una de esas visitas a la oficina de una fábrica de aluminio en la que conoció a Vicky. Para llegar a ella tuvo que subir un tramo de doce escalones metálicos y entrar en un espacio acristalado lleno estanterías y con dos mesas, Vicky ocupaba la más pequeña. Le gustó desde el primer momento porque sonreía siempre y se interesó por el tiempo que llevaba sin empleo, por su experiencia, por cómo se encontraba. 

Al despedirse pronunció su nombre.

—  Adiós Carlos, que tengas suerte.

Al día siguiente Carlos volvió a por su suerte. Vicky volvió a saludarle con la misma simpatía y como, tras los saludos, no sabía qué decirle le invitó a un café en la máquina del taller, justo debajo de las escaleras metálicas.

Carlos no le dijo nada a su mujer sobre Vicky, pero su humor cambió y esa misma noche hicieron el amor después de mucho tiempo.

Por la mañana, tras ducharse, Carlos escribió el nombre de Vicky en el espejo empañado del baño por primera vez.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

La humildad de un manipulador del tiempo

A Enrique le detuvo la policía cuando el dueño de una relojería le sorprendió cambiando la hora de los relojes de pared.


Delante del juez Enrique se reconoció como terrorista del tiempo y se dispuso a aceptar con humildad la pena que le correspondiera. 


El juez lo miró con curiosidad y le envió a un psiquiatra forense.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Movimientos exactos

Las huellas de humedad que han dejado los pies mojados de Carolina Suances en el suelo de tarima del dormitorio de su casa representan los movimientos exactos del vals que la viuda Terroni bailó el día de su boda.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



El rescate

Una mañana de noviembre, en medio de una avenida, Andrés siente una sensación en el estómago que identifica como miedo pero que en realidad es extrañeza. A Andrés le extraña, y a la vez le admira, que toda esa gente con la que se cruza tengan un destino, un lugar al que ir y algo concreto que hacer.

En medio de estos pensamientos Andrés se cruza con Gina, tiene lugar en medio de un paso de peatones, en el momento en que se enciende la luz verde y decenas de personas lo cruzan intercambiando sus direcciones, ahí la ve, con sus gafas de aviadora su vestido corto y su cabello mojado. 

Y tras un momento de duda da la vuelta dispuesto a rescatarla.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Horas extraordinarias

Había noches en las que Darío no podía dormir. Cuando estaba en su casa se levantaba, fumaba, se vestía y salía a la calle. La mayoría de las veces sus pies le llevaban hasta la comisaría, allí charlaba con los compañeros de guardia o se sentaba delante de su mesa con la idea de sacar trabajo atrasado. 

Eran horas robadas al sueño o a quien quiera que se encargue de atesorar el tiempo que no gastamos, y Darío las exprimía tomando café, revisando largos listados o revolviendo los archivos.

Fue en una de esas horas cuando encontró uniones profundas entre casos que durante el día no tenían conexión, pero que en esas horas extra adquirían nuevos significados.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

A sangre

A los ocho días de su último encuentro Andrea le entrega a Darío Varona en mano una traducción escrita a sangre, es decir, sin márgenes. 

Darío hojea sobre la mesa de la cervecería los folios impresos buscando un hueco en el texto que le permita respirar. Pero en esos folios no hay un solo espacio libre.

—  ¿Ocurre algo inspector?

Cuando Darío alza los ojos y mira a Andrea se encuentra en el trayecto con sus labios, esta vez sin marcas de espuma.

—  Buscaba un punto y aparte.
—  Mala suerte inspector, yo solo conozco el punto final.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



lunes

Héroes sin riesgos

Dibujar un personaje con las espaldas anchas siempre tiene sus riesgos. Puedes crear, sin querer, un ser sufriente, un santo sin coraje o un buey de ojos acuosos.

Es importante salirse de uno mismo, buscar un héroe amortizado y convertir su valentía en resistencia. Después de unos capítulos es conviene dejarle descansar.

Terry Salgado

Marcas de traducción

Los primeros informes traducidos tienen marcas rojas de pintalabios y manchas de cerveza. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Gato melancólico

Sentada frente a una mesa de la cervecería, Andrea se encuentra como en su casa, en realidad mejor que en su casa. Entre risas y voces de los clientes abre el sobre de color caramelo pensando, por un instante, en qué diría al verla ese inspector con ojos de gato melancólico.

Sonríe imaginándose a Darío mirando a los lados, preocupado, como si alguien más además de ella pudiera entender aquellos informes. La mesa en la que ahora están desplegados los folios está fabricada en madera gruesa y tiene una superficie rugosa que se ha pulido a base de haber pasado por muchas manos y de haber recibido muchas salpicaduras de cerveza que han ido dejando huellas que se confunden con los nudos.

Las palabras en castellano de los clientes se mezclan en la cabeza de Andrea con las palabras en ruso que salen del papel.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



sábado

El ruso

Darío se pasa la tarde buceando en los archivos de varias familias con el apellido Yurinov e imprime varios informes, los mete en un sobre tamaño folio y los saca de la comisaría sin decir nada.

A las nueve de la noche Andrea lo espera en la cervecería de su primer encuentro donde lleva demasiado tiempo esperando y donde luce ya su bigote de espuma. Sus ojos brillan cuando ve entrar a Darío con un sobre color caramelo bajo el brazo y el inspector se fija en varios vasos que forman sobre la mesa una jugada de ajedrez que trata de interpretar.

—  No te dejes engañar por las apariencias, acabo de salir de clase.
—  ¿Eres profesora?
—  Sí, a parte de bebedora soy profesora.

Darío se sienta a su lado y Andrea acerca su silla a la de él.

—  ¿De qué eres profesora?
—  De literatura rusa, ¿te sorprende?
—  Me sorprende que necesites este trabajo.
—  Tú no sabes cuánto lo necesito.

Andrea alarga la mano y Darío le pasa el sobre.

—  No lo abras aquí, por favor.
—  ¿Crees que alguien se va a fijar en tus papeles?
—  Nunca se sabe.
—  Parece que el ruso eres tú.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Manual de espuma

Darío no puede dejar de mirar a aquella mujer. Busca en su rostro como el que busca en un mapa un lugar, un río, una ciudad o una montaña, algo que le indique que no es Joana.

Pero aquel rostro no es una representación y los labios los ojos o la forma de la nariz son los de Joana Yurineva, también los gestos y el tono de sus palabras. Cada vez que la traductora bebe de su vaso Darío aprovecha para mirla hasta lo más profundo.

Tras un trago largo Andrea lo mira fijamente.

—  ¿Qué necesitas que traduzca?
—  Informes.
—  ¿Solo eso? Pensé que iba a ser algo más emocionante.

Darío se fija en que a la traductora le ha quedado un bigotito de espuma sobre el labio superior, se siente intimidado por ese surco blanco que no puede dejar de mirar. Andrea lo sabe y no se limpia.

—  Son informes muy importantes, necesito total discreción.
—  Yo soy muy discreta.
—  Tendrás que firmar un acuerdo de confidencialidad.
—  No tenías que haber dicho que son tan importantes ahora te cobraré más.
—  Necesitaré fiarme de ti.
—  No te preocupes, en cuanto me limpie la espuma podrás empezar a fiarte.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


viernes

La mujer doble

Una mujer respondió al anuncio de Darío Varona que no se identificó como policía.

Quedaron en verse en una cervecería, Darío llegó media hora antes y se sentó en un banco en la acera frente al bar, esperando ver llegar a su contacto, pero antes de la hora una mujer le habló a su espalda.

—  ¿Eres Darío?

Darío, sorprendido se ruboriza y asiente excusándose.

—  Sí, llegué antes y estaba haciendo tiempo.
—  ¿Pasamos dentro? Estoy sedienta.

Darío y la mujer entran en la cervecería como una pareja cualquiera, Darío a penas ha tenido tiempo de fijarse en su rostro, pero en cuanto se sientan a una mesa, frente a frente, siente que el corazón le da un vuelco, aquella mujer se parece mucho a Joana Yurineva, tanto que Darío piensa que realmente es Joana Yurineva que le está gastando una broma.

—  ¿Te pasa algo?
—  ¿Eres Joana?
—  No, disculpa, me llamo Andrea.
—  ¿No eres Joana?
—  Puedo enseñarte el pasaporte.
—  ¿Eres rusa?
—  Sí, soy rusa. ¿Qué cerveza te gusta, Darío?

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



Vidrio templado

A la una menos cuarto llegó a casa. 

Mariola le había dejado la cena en la mesa de la cocina y Esteban mira el plato con pena, quizás con rabia o con nostalgia. Se sienta tal cual llegó, los zapatos le aprietan pero no tiene ánimo de desatar los cordones. Pincha con el tenedor una patata frita con buen aspecto, se la lleva a la boca y al notar que está fría y correosa siente otra vez la pena, la rabia o la nostalgia. 

Esteban se levanta y mete el plato de Duralex con los filetes y las patatas fritas en el microondas. Dos minutos.

Mientras el plato gira Esteban llena un vaso con agua del grifo y bebe. Cuando termina ve el periódico que Mariola le ha dejado en medio de la encimera abierto por la página de anuncios clasificados y con una pequeña equis, escrita a lápiz y casi imperceptible señalando uno de los mensajes.

Se busca chofer particular para los fines de semana, jornada completa. Que resida en la zona de Sitges y tenga un vehículo para llegar al puesto de trabajo. Pensamos en una persona con muchos años de experiencia al volante y conocedor de zona de Garraf y de Barcelona ciudad. 

Terry Salgado, Un asunto sin importancia


miércoles

Posibilidad de redención

Lorenzo creía en el poder del dinero, en el poder salvador del dinero quiero decir. Creía en el dinero como otros pueden creer en Jesucristo, de una manera mística, casi orgánica.

Por eso lo buscaba, y cuando lo encontraba lo compartía. Eligió a Rebeca como pudo elegir a otra persona, como en su día me eligió a mí. Antes, durante y después habría otras. Siempre mujeres porque Lorenzo no creía en la posibilidad de redención de los hombres. 

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

sábado

Las horas astrosas

—  ¿Qué es una hora astrosa? —preguntó Momo.
— En el curso del mundo hay de vez en cuando momentos —explicó el maestro Hora— en que las cosas y los seres, hasta lo alto de los astros, colaboran de un modo muy especial, de manera que puede ocurrir algo que no habría sido posible ni antes ni después. Por desgracia, los hombres no son demasiado afortunados al usarlas, de modo que las horas astrosas pasan, muchas veces, sin que nadie se dé cuenta. Pero si hay alguien que la reconoce, pasan grandes cosas en el mundo.

Michael Ende, Momo


Casi 1000 años

Conocemos los atajos del espacio, pero también los hay del tiempo, de los sentimientos, del conocimiento y de la moralidad.

Podríamos estudiar la historia de la humanidad a través de sus atajos. La Historia Medieval no tomó un atajo importante en 1000 años, el resto de periodos sufrió cortes que aún sangran.

Los atajos son cortes, muchas veces tramposos, otras veces inteligentes y casi siempre efectivos.

Terry Salgado

viernes

Tomar atajos

Darío Varona pretende investigar el pasado de Yurineva con la misma pulcritud que si estuviera realizando una tesis doctoral.


No es difícil rastrear su apellido, pero todas las referencias que encuentra aluden a familias de origen ruso cuyas ramificaciones se abren hasta el absurdo y para las que necesitaría tiempo y dinero del que ni él ni su departamento disponen. 


Los caracteres cirílicos que aparecen en los informes de Interpol a los que tiene acceso le hacen sentir como un analfabeto perdido en una biblioteca sin orden aparente. En un momento de desesperación tiene que decidir si continuar la investigación de forma lineal contratando, por ejemplo, a un traductor de ruso, o tomar atajos amorales.


Darío Varona toma un atajo el mismo día que publica un anuncio en la prensa buscando un traductor.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

En los márgenes

Hasta que no se topó con Joana Yurineva el inspector Darío Varona no había tenido la suerte de conocer a ninguna mujer de las que llaman fatales en las novelas negras de los años cuarenta.

Hay un corredor invisible que une a los personajes de novela con los de carne y hueso y que tiene sus puntos de encuentro en los márgenes de la moralidad.

Joana Yurinova venía directamente de uno de esos márgenes y Varona se dedicaba a ganarse la vida en ellos. El encuentro llegó como llega el alba tras una noche de trabajo, de sexo o de dolor.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

El orgullo de Dios (Diálogos con Naza XV)

— Me gusta conocer cosas de mis lectores.
— A mí no me parece buena idea.
— ¿No tienes curiosidad por saber cómo son?
— Una curiosidad relativa, yo ya los he imaginado, no necesito conocerlos.
— ¿Escribirías distinto si los conocieras?
— No sé, es una posibilidad.
— Un riesgo, también.
— Sí, un riesgo que no quiero tener.
— A mi me parece lo mejor del mundo.
— ¿Conocerlos?
— Me gusta saber de ellos, me encanta cuando me escriben.
— ¿Les contestas?
— No, nunca, ¿qué clase de escritora sería si lo hiciera?
— Una escritora amable.
— Prefiero ser como Dios, escuchar las oraciones con orgullo, pero no manifestarme.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

miércoles

Recuerdos sólidos

Ese cosmos sale 
en forma de música de entre los poros de las paredes y bajo el quicio de la puerta B del primer piso.

Procede del violín tocado por las manos de la vecina, de esa chica que el mecanismo del tiempo ha situado junto a H. varias mañanas, alguna incluso con lluvia, azar sobre azar. 

H. no sabe explicar la música y sólo la siente como un espectro de sonidos que en su armonía lo llevan a un estado que solo ha conocido por referencias o en algún sueño de los que no tiene recuerdos sólidos.

La solidez de aquella música es, sin embargo, tan fuerte, tan poderosa, que lo traslada a momentos que no han existido pero que son capitales en su no vida, en todo lo que ocurre en los lugares que no salen en los mapas ni se anuncian en los periódicos.

En esos lugares H. es el amante y la pistola viaja en el bolsillo de otros, hombres grises y gordos que pagan a mujeres hermosas que, a su vez, intentan buscar su salida del mundo más allá del tiempo y el dinero.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Sin decir nada


Tardó más que de costumbre. A las diez y media aún no estaba en casa y la Pupila pensó que había elegido un mal día para su ética del azar. 

"Ha estado más de lo habitual en el bar con lo que habrá bebido más y traerá peor humor". Pensó en levantarse del sofá en el que esperaba a oscuras y volver a colocar cada bobilla en su casquillo. 

Lo pensó varias veces y a distintas velocidades, pero su pensamiento se fue enredando en otros asuntos y acabó oyendo como su marido llegaba y metía la llave en la cerradura. Enseguida pudo oír como pulsaba el interruptor de la luz del recibidor varias veces y, a lo lejos, su voz ronca.

— ¿Qué pasa? ¿No hay luz? ¡Pilar! ¿No hay luz?

Pilar siguió un rato sentada en el sofá con las piernas recogidas, sin decir nada.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Lanzar un relato

Frutos de la imprenta son la democracia, los medios de comunicación y la novela moderna, tres ejes que dan lugar a lo que somos. 

Sin la imprenta, la democracia es impensable y los medios de comunicación también. 

Y la novela moderna es una manera de lanzar al futuro un relato no ligado a los intereses presentes.

Cristina Fallarás, El País 02/04/2024

La música del cosmos

No hay penas cuando sube las escaleras del portal de la pensión. 

Un portal con escaleras de madera, con escalones estrechos, gastados en los bordes y con una pequeña depresión en el centro causada por años de desgaste. 

Es ahora H. con sus zapatones negros del 49 el que los desgasta. Sobre todo cuando sube, lentamente, con la respiración acelerada a partir del sexto escalón, del sexto esfuerzo.

Pero no hay penas en la subida, en esa erosión constante en la que él es la ola que rompe, o quizás el viento que araña.

H. piensa, subiendo con torpeza, en la luz amarilla que lo envuelve, en que huele a madera y a friegasuelos con lejía. De fondo, al pasar por el primer piso, se oye la música del cosmos.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Su tiempo y su cama

H. fantasea con que su mujer tiene un amante. Es mejor que él, más joven, más fuerte, menos gordo y besa mejor de lo que él nunca ha besado esos labios a los que recuerda casi con nostalgia.

Le dibuja una cara que en su mente siempre le sale atractiva, fumando y bebiendo cerveza de forma elegante. Recuerda que a Linda le molestaba que él bebiera o fumara cuando la besaba y se alegra de que a su amante se lo reproche también.

Piensa en preparar un viaje, dirá que se va una semana por motivos de trabajo, así le quedará la casa libre a Linda y el amante podrá por fin ocupar su tiempo y su cama. 

Le excita la idea de verlo en su cama, de entrar despacio en su casa y poder sacar su arma al fin.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


Correr peligro (Diálogos con Naza XIV)

— ¿De pequeña tuviste algún animal?
— ¿Una mascota?
— Sí, un perro o un gato.
— No tuve perro ni gato, sólo tuve animalitos pequeños durante tiempos cortos.
— ¿Qué animalitos?
— Tuve gusanos de seda.
— ¿No te daba asco?
— Me encantaba verlos en la caja de cartón comiendo sus hojas de morera.
— ¿Los tenías en una caja?
— Una caja de zapatos con la tapa agujereada.
— No sé si podemos considerarlos mascotas.
— Los cuidaba, me tiraba las horas muertas mirándolos y los alimentaba, así que supongo que sí.
— ¿Qué les dabas de comer?
— Hojas de morera, ¿sabes que es difícil encontrar moreras?
— No, nunca tuve gusanos de seda.
— Son buenos forjadores de metáforas.
— ¿Por?
— Porque es difícil encontrarles comida, porque hacen un capullo de seda y se convierten en una mariposa, ya sabes.
— No sé mucho la verdad.
— Corres el peligro de convertirte en un escritor de metáforas si tienes gusanos de seda.
— Yo tengo gato.
— Con un gato corres peligro, sin más.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas





lunes

Solo hazlo

Enrique le pidió a la Pupila que esa noche quitara todas las bombillas de su casa.

—¿A qué hora vuelve tu marido?
— Llega a la hora de la cena, sobre las diez y media.
— Te da tiempo a quitarlas todas.
— ¿Todas?
— No puede quedar una sola luz en casa.
— ¿Cómo haremos entonces?
— Usad velas, o salir a la calle, o quedaros a oscuras, podéis hacer muchas cosas.
— ¿Y cómo se lo explico?
— Tendrás que decirle que se trata de un acto radical de la ética del azar.
— No creo que lo entienda.
— Entonces no le digas nada, solo hazlo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas


sábado

Esta es la hora

El tiempo es alegría.


Pablo Neruda, Oda al pasado

En los breves silencios

Carolina, abrumada por los restos del alcohol y la noche, trataba de acompasar su respiración a la de Darío y sus silencios a los gemidos de la vecina, de tal manera que por momentos pareciera que su amante estaba al otro lado del tabique, que ella estaba sola, y aquel cuerpo que respiraba sobre su cuerpo solo existía en los breves silencios entre jadeo, y respiración, y jadeo.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

viernes

Amaneciendo

La primera vez que se acostó con Darío coincidió con la mujer de los gemidos. 

Durante toda la noche Carolina actuó de forma extraña, tratando de evitar lo inevitable. Miró la hora más de lo debido y Darío pensó que quería que se marchara. Cuando, en medio de una risa nerviosa, ella le dijo que no se fuera, él no supo interpretar si ese era su estado natural o la reacción a una noche confusa.

En medio de la confusión y en medio de un café recién hecho en la cocina Darío la besó. Carolina tenía la taza en la mano y solo pudo abrazarle con el brazo izquierdo. Después se dio prisa en llevarlo hacia el dormitorio, pero ya estaba amaneciendo y la vecina no tardaría en comenzar su espectáculo.

Carolina se metió en la cama sin esperar a Darío que no estaba seguro de qué papel estaba interpretando. Después, mientras se acariciaban, empezaron a escuchar los gemidos y les pareció que alguien ya estaba haciendo el amor por ellos.

Nazaré Lscano, Cuentos de Parque Chas

La mujer del otro lado

Cuando se levanta por las mañanas para ir al periódico Carolina siempre oye a una mujer que gime tras las paredes. Es siempre entre las siete y las siete y media, y la pilla saliendo de la ducha, vistiéndose o desayunando.

Algunas mañanas los gemidos madrugan más y los oye desde la cama, la despiertan instantes antes de que suene el despertador. Carolina deja que suene la alarma durante unos segundos más para ver si la mujer la oye y, quizás, conseguir que pare.

Ocurre desde hace mucho tiempo, mucho antes de que Darío Varona apareciera en su vida, mucho antes de que cualquiera apareciera en su vida, al poco de mudarse a aquel apartamento. Al principio le divertía, Carolina se quedaba unos instantes escuchando e imaginando a una pareja joven haciendo el amor detrás de alguna de sus paredes, y se excitaba oyendo unos gemidos que empezaban débiles y crecían en intensidad mientras ella caminaba descalza por el apartamento vacío, elegía su ropa, se lavaba los dientes o se calzaba los zapatos.

Carolina escuchaba a una mujer gimiendo de placer de madrugada y terminaba excitada mientras la luz de la ventana iba clareando y ella se preparaba para ir a trabajar. 

Algunos días, sin darse cuenta, se viste de forma demasiado sexy para ir a la redacción y se pasa parte de la mañana pensando en aquella pareja, quiénes son, cómo son y, sobre todo, por qué solo se escucha a la mujer, a una mujer.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

jueves

Las flores amarillas

Algunos de nuestros amigos hacían bromas con los cuernecitos de
Snail Girl. "¿Es cierto que solo duelen cuando salen?" "¿Son contagiosos?" "¿No te importa llevarlos a todas horas?"

Snail Girl sonreía y, entre risas, les daba respuestas sencillas. "Sí, son como los dientes lo peor son los primeros días" Sí, ten cuidado que todo se pega menos la belleza". "No pasa nada, cada uno lleva su cruz".

A mí todos aquellos comentarios me parecían una pesadez y le regalé un sombrero precioso, con unas flores amarillas que tapaban sus cuernecitos. Snail Girl lo cogió sin decir nada, pero cuando salíamos con nuestros amigos siempre se ponía el sombrero.

A partir de ese día todos, incluido yo mismo, la mirábamos con más curiosidad, y todos estábamos deseando quitarle el sombrero para ver si ahí debajo seguían los cuernecitos.

Pero desde ese día ella no volvió a dejarle a nadie que mirara. A mí tampoco.

Terry Salgado

Lucha callejera

Algunos días a Enrique le basta con caminar por el lado izquierdo de la calle haciendo que los peatones con los que se cruzan tengan que salirse de su camino.
 
Hay personas que abandonan su línea recta infundiendo a su vida un trazado geométrico que solo dura un instante, pero que está lleno de significado. Pero hay peatones que se aferran a la pared como un soldado pegado a su trinchera, son personas orgullosas, intransigentes o con un gran sentido de la justicia, son estas las que provocarían con su abandono geométrico movimientos encadenados e incontrolables, pero la pelea con ellos es dura y a menudo está perdida.

Enrique lo intenta con valentía, se junta mucho a la pared, la agarra con sus manos, se agacha y, a veces, se tira en el suelo, esta es la última opción, un poco ruin, pero efectiva, entonces el intransigente no tiene más remedio que abandonar su sagrado derecho a llevar la derecha y lo bordea mirándolo con desprecio o con pena.

Hay ocasiones que el intransigente se para, mira a Enrique desde lo alto y le pregunta si está bien. En ese momento todo cambia al fin.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas



miércoles

En ese preciso momento

Komorebi. La palabra japonesa para la luz del sol filtrada y brillando, y las sombras, creadas por las hojas de un árbol balanceándose. Solo existe una vez, en ese preciso momento.

Perfect Days (Wim Wenders, 2023)

Piezas

La noche en la que Joana Yurineva llamó a la puerta de la pensión, Carem no estaba sola en su habitación.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

martes

Excusas creíbles

Otras veces era la Pupila la que se quedaba a dormir en la tienda. Para ella era todo un reto pues tenía que buscar excusas lo suficientemente creíbles para que su marido no sospechara. 

Para dormir Solía ponerse un camisón que nunca usaba en casa porque le parecía demasiado sexy.

Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas

Mensajes personales

Algunos miércoles Enrique repartía barras de pan a las puertas de los colegios. Compraba cien unidades a una panificadora, se colocaba frente a un colegio a la hora de la salida del mediodía, y repartía las barras.


Algunas veces, aunque no siempre, metía dentro del pan con mucho cuidado mensajes escritos al estilo de las galletas chinas pero mucho más concretos y personales. 


Enrique se quedaba largo rato mirando a los niños y a sus madres caminar hacia casa con sus barras de pan bajo el brazo.


Nazaré Lascano, Cuentos de Parque Chas